La figura de la espiral consiste en una línea curva que nace en un centro y se va enrollando alrededor de este sin cerrarse, sino, por el contrario, haciéndose cada vez más grande. Esta figura remite al infinito, pues crece desde el centro hacia afuera; y también a lo cíclico, pues crece y avanza siguiendo un patrón, unas repeticiones y unas formas preestablecidas. Por tanto, la espiral es casi universalmente un símbolo del tiempo, del crecimiento en uno mismo, del cosmos, del origen, de lo primordial, del desarrollo, del progreso, del infinito, del curso de los días y de lo eterno. Otra interpretación que realizan muchas culturas es la de asociarla con el sol, cuya figura determinada, de disco, se encuentra en el cielo pero cuyos rayos se extienden hasta la tierra y hasta el infinito.